viernes, 21 de marzo de 2014

El Árbol de las Brujas, de Ray Bradbury




            Tengo la suerte de tener amigos que ocasionalmente me regalan sus libros. Regalar un libro propio es algo que ni siquiera se me ocurre, como dar una parte de un mismo, regalar un brazo. Comprar libros para regalar, por supuesto, pero sacar uno de la biblioteca para dárselo a alguien más es un acto doloroso para mí. Pero eso es algo para discutir en otra ocasión.

            Esta vez, he tenido la suerte de leer una de las tantas noveletas de Ray Bradbury que no conocía siquiera de nombre. “El Árbol de las Brujas” es una historia al estilo de aquellas películas de hace décadas atrás, que han tenido cierta culpa en romantizar la infancia norteamericana. Las películas sobre grupos de niños teniendo aventuras, sin interferencia de adultos más que como figuras de autoridad, que nunca pueden entender realmente lo que rodea el mundo de los niños, generaron una cierta fantasía de una infancia de verano, en Coney Island, de aventuras, con compañeros de tu equipo de baseball, comiendo algodón de azúcar y andando en montañas rusas. Tal vez el exponente más reciente de este género ha sido Super 8, de J. J. Abrahams. Durante al menos la mitad de la película, volví a sentir aquellos sentimientos de cuando uno es niño, y siente que entiende algo que los adultos ni siquiera pueden ver.